martes, 9 de febrero de 2016

LA NOVELA DE LA GENERACIÓN DEL 98




                                          
  1- CONTEXTO HISTÓRICO


             A la hora de elaborar estas preguntas te puede ser muy útil este vídeo donde podrás
encontrar la mayoría de las respuestas : desastre del 98

            1.1 - ¿Qué sistema político sigue vigente en la España de finales del siglo XIX y 
principios del XX? 

            1.2- ¿Cómo era la situación económica de España a finales del siglo XIX?

            1.3- ¿Cómo era el nivel cultural de la población española?

            1.4- ¿Qué ocurrió en 1898? 

            1.5- ¿Qué supuso ese acontecimiento en la historia de España?  

         1.6- ¿Cómo reaccionó la gente ante el desastre? El siguiente fragmento de El árbol de la ciencia de Pío Baroja  puede ayudarte a encontrar la respuesta.


       A los pocos días de llegar a Madrid, Andrés se encontró con la sorpresa desagradable de que se iba a declarar la guerra a los Estados Unidos. Había alborotos, manifestaciones en las calles, música patriótica a todo pasto.

       Andrés no había seguido en los periódicos aquella cuestión de las guerras coloniales; no sabía a punto fijo de qué se trataba. Su único criterio era el de la criada vieja de la Dorotea, que solía cantar a voz en grito mientras lavaba, esta canción:

                                                       Parece mentira que por unos mulatos
                                                       Estemos pasando tan malitos ratos.
                                                       A Cuba se llevan la flor de la España
                                                       Y aquí no se queda más que la morralla.

       Todas las opiniones de Andrés acerca de la guerra estaban condensadas en este cantar de la vieja criada. Al ver el cariz que tomaba el asunto y la intervención de los Estados Unidos, Andrés quedó asombrado. En todas partes no se hablaba más que de la posibilidad del éxito o del fracaso. El padre de Hurtado creía en la victoria española; pero en una victoria sin esfuerzo; los yanquis, que eran todos vendedores de tocino, al ver a los primeros soldados españoles, dejarían las armas y echarían a correr. El hermano de Andrés, Pedro, hacía vida de “sportman” y no le preocupaba la guerra; a Alejandro le pasaba lo mismo; Margarita seguía en Valencia.
      Andrés encontró un empleo en una consulta de enfermedades del estómago, sustituyendo a un médico que había ido al extranjero por tres meses. Por la tarde Andrés iba a la consulta, estaba allí hasta el anochecer, luego marchaba a cenar a casa y por la noche salía en busca de noticias. Los periódicos no decían más que necedades y bravuconadas; los yanquis no estaban preparados para la guerra; no tenían ni uniformes para sus soldados. En el país de las máquinas de coser el hacer unos cuantos uniformes era un conflicto enorme, según se decía en Madrid. Para colmo de ridiculez, hubo un mensaje de Castelar a los yanquis. Cierto que no tenía las proporciones bufo-grandilocuentes del manifiesto de Víctor Hugo a los alemanes para que respetaran París; pero era bastante para que los españoles de buen sentido pudieran sentir toda la vacuidad de sus grandes hombres.
Andrés siguió los preparativos de la guerra con una emoción intensa. Los periódicos traían cálculos completamente falsos. Andrés llegó a creer que había alguna razón para los optimismos.
Días antes de la derrota encontró a Iturrioz en la calle.
—¿Qué le parece a usted esto? —le preguntó.
—Estamos perdidos.
—¿Pero si dicen que estamos preparados?
—Sí, preparados para la derrota. Sólo a ese chino, que los españoles consideramos como el colmo de la candidez, se le pueden decir las cosas que nos están diciendo los periódicos.
—Hombre, yo no veo eso.
—Pues no hay más que tener ojos en la cara y comparar la fuerza de las escuadras.
Tú, fíjate; nosotros tenemos en Santiago de Cuba seis barcos viejos, malos y de poca velocidad; ellos tienen veintiuno, casi todos nuevos, bien acorazados y de mayor velocidad. Los seis nuestros, en conjunto, desplazan aproximadamente veintiocho mil toneladas; los seis primeros suyos sesenta mil. Con dos de sus barcos pueden echar a pique toda nuestra escuadra; con veintiuno no van a tener sitio dónde apuntar.
—¿De manera que usted cree que vamos a la derrota?
—No a la derrota, a una cacería. Si alguno de nuestros barcos puede salvarse será una gran cosa.

     Andrés pensó que Iturrioz podía engañarse; pero pronto los acontecimientos le dieron la razón.
      El desastre había sido como decía él; una cacería, una cosa ridícula. A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber la noticia. Al menos él había creído que el español, inepto para la ciencia y para la civilización, era un patriota exaltado y se encontraba que no; después del desastre de las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; aquellas manifestaciones y gritos habían sido espuma, humo de paja, nada.











            1.7- ¿Para los Regeneracionistas cuál era la única solución para acabar con los males históricos de España?

            1.8- ¿Qué fue la Institución Libre de Enseñanza?     
1.9- ¿Acabó el desastre del 98 con el sistema político español que entonces había?


2 - DEFINICIÓN DE GENERACIÓN DEL 98 



2.1- ¿Qué se entiende por Generación del 98? ¿Quiénes eran sus miembros?
       2.2- Los dos grandes temas de la Generación del 98 son España y las cuestiones existenciales:

                          2.2.1- España:

         - En los escritores de la Generación del 98 hay una evolución ideológica a la hora de afrontar los problemas de España. Explica en qué consiste: ¿qué diferencias hay entre las soluciones que dan cuando son jóvenes y cuando ya están en plena madurez?
             - Cuando analices las soluciones de su madurez, explica por qué dan tanta importancias al paisaje y a la historia de Castilla. 

             - ¿Cómo era para ellos el verdadero espíritu español al que habíamos renunciado            



                    2.2.2- Problemas existenciales:

              - ¿Qué temas existenciales les preocupaban esencialmente? 




                - En líneas generales, ¿qué visión tenían acerca de la vida?
                                                                 3- PÍO BAROJA  

            3.1- Haz una rápida biografía



             3.2- - Ideología:


             3.2.1- Ideas sobre la vida:

                 -  ¿Qué relación hay entre su idea de la vida y la teoría de la evolución de Darwin?
                 -  A continuación tienes dos fragmentos de su novela más importante: El árbol de la 
ciencia . A través del personaje de Iturrioz, Pío Baroja expone su punto de vista. Léelos y 
contesta las siguientes preguntas:

                                                                    TEXTO 1

1- ¿Quién sobrevive en la vida? ¿A costa de qué?

Baroja cree que en la vida solo sobreviven aquellos que saben derrotar al contrario y adaptarse 
cada situación. Por tanto, solo consiguen sobrevivir los más fuertes y siempre a costa de los 
más débiles en una lucha constante. Esto da lugar a una serie de injusticias que, desde el punto 
de vista de Pío Baroja, no son más que parte de la propia lucha. 
Todo en la vida se puede considerar un acto de agresión.

 2- ¿Qué actitud adopta Iturrioz ante esas injusticias? ¿Por qué? Busca en el diccionario la
palabra "ataraxia" y relaciónala con esta actitud.

Adopta una actitud de espectador, sin intervenir como harían otros, puesto que cree que esas
injusticias son solo injusticias porque a nosotros no nos convienen y en realidad forman parte 
del proceso de la lucha por la supervivencia de cada individuo.
La ataraxia es el estado de ánimo o imperturbabilidad del espíritu por la ausencia de penas y 
temores. Este concepto se puede relacionar con la actitud impasible y sin escrúpulos de 
Iturrioz con respecto a aquellos abusos que para muchos se podrían considerar injusticias pero 
que para él son solo comportamientos que tienen que ver con la naturaleza de cada individuo 
en su lucha por sobrevivir.  


 Andrés habló de la gente de la vecindad de Lulú, de las escenas del hospital; como casos extraños, dignos
de un comentario; de Manolo el Chafandín, del tío Miserias, de don Cleto, de Doña Virginia...
—¿Qué consecuencia puede sacarse de todas estas vidas? —preguntó Andrés al final.
—Para mí la consecuencia es fácil —contestó Iturrioz con el bote de agua en la mano—. Que la vida es una
 lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros.
Plantas, microbios, animales.
—Sí, yo también he pensado en eso —repuso Andrés—; pero voy abandonando la idea. Primeramente e
concepto de la lucha por la vida llevada así a los animales, a las plantas y hasta los minerales, como se hace 
muchas veces, no es más que un concepto antropomórfico, después, ¿qué lucha por la vida es la de ese 
hombre don Cleto, que se abstiene de combatir, o la de ese hermano Juan, que da su dinero a los 
enfermos?
—Te contestaré por partes —repuso Iturrioz dejando el bote para regar, porque estas discusiones le 
apasionaban—. Tú me dices, este concepto de lucha es un concepto antropomórfico. Claro, llamamos a 
todos los conflictos lucha, porque es la idea humana que más se aproxima a esa relación que para 
nosotros produce un vencedor y un vencido. Si no tuviéramos este concepto en el fondo, no hablaríamos 
de lucha. La hiena que monda los huesos de un cadáver, la araña que sorbe una mosca, no hace más ni 
menos que el árbol bondadoso llevándose de la tierra el agua y las sales necesarias para su vida.

El espectador indiferente, como yo, ve a la hiena, a la araña y al árbol, y se los explica. El hombre 
justiciero le pega un tiro a la hiena, aplasta con la bota a la araña se sienta a la sombra del árbol, y cree que
hace bien.
—Entonces ¿para usted no hay lucha, ni hay justicia?
—En un sentido absoluto, no; en un sentido relativo, sí. Todo lo que vive tiene un proceso para 
apoderarse primero del espacio, ocupar un lugar, luego para crecer y multiplicarse; este proceso de la 
energía de un vivo contra los obstáculos del medio, es lo que llamamos lucha. Respecto de la justicia, yo 
creo que lo justo en el fondo es lo que nos conviene. Supón en el ejemplo de antes que la hiena en vez de 
ser muerta por el hombre mata al hombre, que el árbol cae sobre él y le aplasta, que la araña le hace una 
picadura venenosa; pues nada de eso nos parece justo, porque no nos conviene. A pesar de que en el 
fondo no haya más que esto, un interés utilitario ¿quién duda que la idea de justicia y de equidad es una 
tendencia que existe en nosotros? ¿Pero cómo la vamos a realizar?
—Eso es lo que yo me pregunto ¿cómo realizarla?
—¿Hay que indignarse porque una araña mate a una mosca? —siguió diciendo Iturrioz—. Bueno. 
Indignémonos. ¿Qué vamos a hacer? ¿Matarla? Matémosla. Eso no impedirá que sigan las arañas 
comiéndose a las moscas. ¿Vamos a quitarle al hombre esos instintos fieros que te repugnan? ¿Vamos a 
borrar esa tendencia del poeta latino: “Homo, homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre? Está 
bien. En cuatro cinco mil años lo podremos conseguir. El hombre ha hecho de un carnívoro como el chacal 
un omnívoro como el perro; pero se necesitan muchos siglos para eso. 



                                                                           TEXTO 2

1- ¿Por qué Iturrioz (Baroja) cree que la ciencia, es decir, el conocimiento, hace al hombre más infeliz?

Cree que la ciencia hace al hombre más infeliz porque a través del progreso y el conocimiento siempre se intenta mejorar y se van descubriendo cosas que harán que nos demos cuenta de que la realidad no era tan bonita como creíamos y, según Baroja, no estamos preparados para ello. Por el contrario, en la ignorancia esas preocupaciones no están presentes y por tanto el hombre se encontrará viviendo en una utopía que, aunque sea irreal, hará que el ser humano sea más feliz. 





- Ya la ciencia para vosotros —dijo Iturrioz— no es una institución con un fin humano, ya es algo más; la habéis convertido en ídolo
—Hay la esperanza de que la verdad, aun la que hoy es inútil, pueda ser útil mañana
—replicó Andrés.
—¡Bah! ¡Utopía! ¿Tú crees que vamos a aprovechar las verdades astronómicas alguna vez?
—¿Alguna vez? Las hemos aprovechado ya.
—¿En qué?
—En el concepto del mundo.
—Está bien; pero yo hablaba de un aprovechamiento práctico, inmediato. Yo en el fondo estoy convencido de que la verdad en bloque es mala para la vida. Esa anomalía  de la naturaleza que se llama la vida necesita estar basada en el capricho, quizá en la mentira.
—En eso estoy conforme —dijo Andrés—. La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensión. A más comprender, corresponde menos desear. Esto es lógico, y además se comprueba en la realidad. La apetencia por conocer se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución, cuando el instinto de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir. El individuo sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son, porque no le conviene. Está dentro de una
alucinación. Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un símbolo de la afirmación de la vida. Don Quijote vive más que todas las personas cuerdas que le rodean, vive más y con más intensidad que los otros. El individuo o el pueblo que quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se aparecían a los mortales. El instinto vital necesita de la ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica, el instinto de averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de mentira que es necesaria para la vida. ¿Se ríe usted?
—Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día, está dicho nada menos que en la Biblia.
—¡Bah!
—Sí, en el Génesis. Tú habrás leído que en el centro del paraíso había dos árboles, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso, y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán?
—No recuerdo; la verdad.
—Pues al tenerle a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas su fruto morirás de muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. ¿No es un consejo admirable?
     


            3.2.2- Ideas sobre España:



                -  ¿Cuáles creía que eran los males de España?
                -  ¿Confiaba en que la política solucionara los problemas de España?¿Por qué?     
                -  Lee estos dos fragmentos de El árbol de la ciencia y contesta a las siguientes 
preguntas:

                                                  TEXTO 1  


1-¿Qué sistema político se ve reflejado en Alcolea?
Se ve reflejado el caciquismo característico del sistema político creado por Antonio Cánovas del Castillo en el período de la Restauración. Este sistema se basaba en la alternancia pacífica, a través de fraudes electorales, entre el Partido Liberal-Conservador y el Partido Liberal.

2-¿Los políticos son los únicos culpables de la situación del país (representado 
por Alcolea)? ¿Qué critica Baroja de los españoles representados por los habitantes de 
Alcolea?
No, los políticos son solo una parte que complementa a la actitud y el comportamiento de la sociedad entera, que acepta la situación en la que está sin hacer nada para evitarla sin organizarse, ya que cada uno se preocupa de lo suyo y se lo guarda para sí, dejando una apariencia de orden absoluto. Por tanto, Baroja critica la falta de sentimiento colectivo y de solidaridad, que brillan por su ausencia en Alcolea y en España. Además, habla de que la moral católica es la que hace que los habitantes tengan estas costumbres tan "absurdas" y lo acepten todo.

3- ¿Por qué Baroja considera que no hay solución posible para los problemas de España? 
Porque nadie tiene la intención de hacer nada para cambiar. Por eso llega a hablar de que no hace falta alarmarse por las injusticias que ocurren porque no hay alternativa y todo parece estar predestinado a acabar mal.

Considera que la vida es así y que no se puede cambiar.

4- En este fragmento Baroja hace alusión a la ataraxia como única posibilidad intelectual 
ante las injusticias. Di dónde aparece.
Aparece en el último párrafo, al final, donde se nos muestran las dudas que tiene Andrés. Aquí Baroja nos da a entender que la mejor reacción es la ataraxia, es decir, mantener una actitud de espectador ante los inevitables problemas que tiene la sociedad española porque no vale la pena entrometerse en algo que no puede ser de otra manera y está predeterminado.

Las costumbres de  Alcolea eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo. El pueblo no tenía el menor sentido social; las familias se metían en sus casas, como los trogloditas en su cueva. No había solidaridad; nadie sabía ni podía utilizar la fuerza de la asociación. Los hombres iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no salían más que los domingos a misa. Por falta de instinto colectivo el pueblo se había arruinado.  El pueblo aceptó la ruina con resignación.

         —Antes éramos ricos —se dijo cada alcoleano—. Ahora seremos pobres. Es igual; viviremos peor, suprimiremos nuestras necesidades. Aquel estoicismo acabó de hundir al pueblo.
        Muchas veces a Hurtado le parecía Alcolea una ciudad en estado de sitio. El sitiador era la moral, la moral católica. Allí no había nada que no estuviera almacenado y recogido: las mujeres en sus casas, el dinero en las carpetas, el vino en las tinajas. Andrés se preguntaba: ¿Qué hacen estas mujeres? ¿En qué piensan? ¿Cómo pasan las horas de sus días? Difícil era averiguarlo. Con aquel régimen de guardarlo todo, Alcolea gozaba de un orden admirable; sólo un cementerio bien cuidado podía sobrepasar tal perfección.
Esta perfección se conseguía haciendo que el más inepto fuera el que gobernara. La ley de selección en pueblos como aquél se cumplía al revés. El cedazo iba separando el grano de la paja, luego se recogía la paja y se desperdiciaba el grano.
Algún burlón hubiera dicho que este aprovechamiento de la paja entre españoles no era raro. Por aquella selección a la inversa, resultaba que los más aptos allí eran precisamente los más ineptos. En Alcolea había pocos robos y delitos de sangre: en cierta época los había habido entre jugadores y matones; la gente pobre no se movía, vivía en una pasividad lánguida; en cambio los ricos se agitaban, y la usura iba sorbiendo toda la vida de la ciudad. El labrador, de humilde pasar, que durante mucho tiempo tenía una casa con cuatro o cinco parejas de mulas, de pronto aparecía con diez, luego con veinte; sus tierras se extendían cada vez más, y él se colocaba entre los ricos.
La política de Alcolea respondía perfectamente al estado de inercia y desconfianza del pueblo.
Era una política de caciquismo, una lucha entre dos bandos contrarios, que se llamaban el de los Ratones y el de los Mochuelos; los Ratones eran liberales, y los Mochuelos conservadores.
En aquel momento dominaban los Mochuelos. El Mochuelo principal era el alcalde, un hombre delgado, vestido de negro, muy clerical, cacique de formas suaves, que suavemente iba llevándose todo lo que podía del municipio.
El cacique liberal del partido de los Ratones era don Juan, un tipo bárbaro y despótico, corpulento y forzudo, con unas manos de gigante; hombre, que cuando entraba a mandar, trataba al pueblo en conquistador. Este gran Ratón no disimulaba como el Mochuelo; se quedaba con todo lo que podía, sin tomarse el trabajo de ocultar decorosamente sus robos. Alcolea se había acostumbrado a los Mochuelos y a los Ratones, y los consideraba necesarios. Aquellos bandidos eran los sostenes de la sociedad; se repartían el botín; tenían unos para otros un “tabú” especial, como el de los polinesios. Andrés podía estudiar en Alcolea todas aquellas manifestaciones del árbol de la vida, y de la vida áspera manchega: la expansión del egoísmo, de la envidia, de la crueldad, del orgullo. A veces pensaba que todo esto era necesario; pensaba también que se podía llegar en la indiferencia intelectualista, hasta disfrutar contemplando estas expansiones, formas violentas de la vida. ¿Por qué incomodarse, si todo está determinado, si es fatal, si no puede ser de otra manera?, se preguntaba. ¿No era científicamente un poco absurdo el furor que le entraba muchas veces al ver las injusticias del pueblo? Por otro lado: ¿no estaba también determinado, no era fatal el que su cerebro tuviera una irritación que le hiciera protestar contra aquel estado de cosas violentamente?       


                                                                     TEXTO 2

Andrés Hurtado estudia medicina en Madrid (como hizo el propio Baroja), lo cual le sirve a Pío Baroja para reflexionar sobre la situación cultural y educativa del país: 

1- ¿Qué opinaba sobre la educación universitaria en España? ¿Cómo eran los profesores?
¿Y los alumnos? Relaciónalo con lo que antes pusiste sobre los Regeneracionistas y la 
Institución Libre de Enseñanza.
Estaba estancada en el pasado, aislada del resto de Europa al pensar que lo único bueno era
lo español y además había un ambiente poco recomendable para el estudio y el aprendizaje.
Los profesores eran muy mayores y llevaban haciendo lo mismo durante décadas, sin
adaptar sus enseñanzas a los nuevos tiempos. No los jubilaban ni los despedían por su 
influencia. Por otra parte, la mayoría de los alumnos eran irrespetuosos e indisciplinados,
propiciando un ambiente pésimo para una universidad. En este contexto se creó la
Institución Libre de Enseñanza, que era un sistema educativo paralelo al estatal fundado por
varios profesores que habían sido expulsados de la educación pública por discrepar con el
Gobierno en los asuntos de educación. Allí trataron de mejorar los defectos que tenía la
educación pública, creando así una escuela laica en la que primaba la neutralidad religiosa y
política. Los Regeneracionistas por su parte querían sacar a la luz los defectos del régimen
para cambiarlos y así modernizar la sociedad española. Ambos tenían en común que querían
cambiar la situación en la que se encontraba España y que describe Baroja en el texto.

2- ¿La gente realmente venía a Madrid a prepararse académicamente?

Muchos de los estudiantes venían de las provincias y lo hacían con la intención de
pasárselo bien en vez de estudiar. Por ello en las clases los alumnos no tenían respeto por
los profesores ni se preocupaban por aprender. 

3- ¿La gente culta y con inquietudes podía saber lo que pasaba realmente en España? ¿Por 
qué?
No podía saber lo que pasaba porque la información estaba restringida y la prensa solo 
hablaba de lo bueno, ocultando todo aquello que pasara en el mundo y que no convenía
enseñar. Esto creaba una situación de aislamiento en la que los españoles estaban orgullosos
de todo lo español porque desconocían lo demás.

4- ¿Por qué España vivía aislada culturalmente?
España vivía aislada culturalmente porque casi todos los españoles creían que tenían
grandes intelectuales en su país que eran la envidia de la comunidad internacional y creían
que los demás países les odiaban por ello. Esto creaba un rechazo hacia lo extranjero que 
contribuía al estancamiento cultural con respecto al resto de países que eran más abiertos.



En un ambiente de fricciones,  residuo de un pragmatismo viejo y sin renovación vivía el 
Madrid de hace años. Otras ciudades españolas se habían dado alguna cuenta de la 
necesidad de transformarse y de cambiar; Madrid seguía inmóvil, sin curiosidad, sin deseo 
de cambio.


El estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte con un 
espíritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres pensando, 
como decía el profesor de Química con su solemnidad habitual, quemarse pronto en un 
ambiente demasiado oxigenado.
Menos el sentido religioso, la mayoría no lo tenían, ni les preocupaba gran cosa la 
religión; los estudiantes de las postrimerías del siglo XIX venían a la corte con el espíritu de 
un estudiante del siglo XVII, con la ilusión de imitar, dentro de lo posible, a Don Juan 
Tenorio y de vivir.

El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas dentro de la realidad e intentara 
adquirir una idea clara de su país y del papel que representaba en el mundo, no podía. 
La acción de la cultura europea en España era realmente restringida, y localizada a 
cuestiones técnicas, los periódicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia general
era hacer creer que lo grande de España podía ser pequeño fuera de ella y al contrario, por 
una especie de mala fe internacional.
Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas de España, o hablaban de ellas en 
broma, era porque nos odiaban; teníamos aquí grandes hombres que producían la envidia 
de otros países: Castelar, Cánovas, Echegaray... España entera, y Madrid sobre todo, vivía 
en un ambiente de optimismo absurdo. Todo lo español era lo mejor.
Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país pobre que se aísla, contribuía al 
estancamiento, a la fosilificación de las ideas.


Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras. Andrés Hurtado 
pudo comprobarlo al comenzar a estudiar Medicina. Los profesores del año preparatorio 
eran viejísimos; había algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando. Sin duda 
no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en 
España por lo inútil. Sobre todo, aquella clase de Química de la antigua capilla del Instituto 
de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de 
Francia, de célebres químicos, y creía, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y 
del cloro estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudieran. Satisfacía su 
pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase con el fin 
de retirarse entre aplausos como un prestidigitador. Los estudiantes le aplaudían, riendo a 
carcajadas. A veces, en medio de la clase, a alguno de los alumnos se le ocurría marcharse, 
se levantaba y se iba. Al bajar por la escalera de la gradería los pasos del fugitivo producían 
gran estrépito, y los demás muchachos sentados llevaban el compás golpeando con los pies 
con los basto. En la clase se hablaba, se fumaba, se leían novelas, nadie seguía la 
explicación; alguno llegó a presentarse con una corneta, y cuando el profesor se disponía a 
echar en un vaso de agua un trozo de potasio, dio dos toques de atención; otro metió un 
perro vagabundo, y fue un problema echarlo. Había estudiantes descarados que llegaban a 
las mayores insolencias; gritaban, rebuznaban, interrumpían al profesor. Una de las gracias 
de estos estudiantes era la de dar un nombre falso cuando se lo preguntaban.
—Usted —decía el profesor señalándole con el dedo, mientras le temblaba la perilla por la 
cólera—, ¿cómo se llama usted?
¿Quién? ¿Yo?
Sí, señor ¡usted, usted! ¿Cómo se llama usted? —añadía el profesor, mirando la lista.

—Salvador Sánchez.

—Alias Frascuelo —decía alguno, entendido con él.

—Me llamo Salvador Sánchez; no sé a quién le importará que me llame así, y si hay alguno 
que le importe, que lo diga —replicaba el estudiante, mirando al sitio de donde había salido 
la voz y haciéndose el incomodado.
—¡Vaya usted a paseo! —replicaba el otro.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Fuera! ¡Al corral! —gritaban varias voces.

—Bueno, bueno. Está bien. Váyase usted —decía el profesor, temiendo las consecuencias de 
estos altercados.

El muchacho se marchaba, y a los pocos días volvía a repetir la gracia, dando como suyo el 
nombre de algún político célebre o de algún torero.


Andrés Hurtado los primeros días de clase no salía de su asombro. Todo aquello era 
demasiado absurdo. Él hubiese querido encontrar una disciplina fuerte y al mismo tiempo 
afectuosa, y se encontraba con una clase grotesca en que los alumnos se burlaban del 
profesor. Su preparación para la Ciencia no podía ser más desdichada.

            3.3- Su concepto de novela:
                    
                     3.3.1-  ¿Por qué se dice que las novelas de Baroja eran desordenadas? 
                     3.3.2- ¿Tenían muchos o pocos personajes?¿Por qué tipos de personaje muestra
más simpatía?
             
             3.4- Estilo:
                    
                      3.4.1- ¿En qué dos aspectos narrativos se dice que Baroja era un maestro?
                      3.4.2- ¿Cómo era su lenguaje? (Algunos incluso lo critican)
             
             3.5- Principales novelas: Títulos de sus principales novelas y argumento resumido de El 
árbol de la ciencia

                                                       4- MIGUEL DE UNAMUNO


          4.1- Haz una rápida biografía. Presta especial atención a las distintas crisis espirituales 
que sufrió (cuántas y cuándo) y las consecuencias que tuvieron en su pensamiento.







             Poco antes de su muerte cuando se enfrentó a Millán Astray al inicio de la guerra civil.

          4.2- Ideología:

                  4.2.1-¿Creía en Dios?



                 4.2.2- ¿Por qué se dice que Unamuno fue un intelectual contradictorio: explica cuál 
era su conflicto interior a la hora de querer creer en Dios (lo llamaba el sentimiento trágico de 
la vida)?

            4.3- Concepto de novela:

                4.3.1 ¿Qué son las nivolas?

                4.3.2- Explica las diferencias entre las novelas realistas tan de moda en el siglo 
anterior y las nivolas de Unamuno
         
            4.4- Principales novelas:
                 
                 4.4.1- Niebla:



                    - Explica brevemente el argumento
                    - Lee el siguiente fragmento y contesta estas preguntas:

                   1- ¿Qué decisión había tomado Augusto al ir a visitar a Unamuno?¿Qué le responde Unamuno? ¿Por qué cambia Augusto de opinión? ¿Cuál es el destino que nos espera a todos según Augusto?
Al ir a visitar a Unamuno pensaba suicidarse, pero este le responde que eso no es posible, porque para poder suicidarse el único requisito que hay es estar vivo y Augusto no lo está, es solo un personaje de ficción creado por él mismo.Ante este comentario, Augusto se indigna y comienza a rebatirle a don Miguel que a pesar de ello, todo personaje de ficción se rige por su propia lógica interna y el autor no puede hacer con él lo que le de la gana. Es por esto, que cuando Unamuno se cansa y le comunica que es él el que le matará, Augusto cambia de opinión y empieza a suplicarle que no lo haga porque ahora sí quiere vivir. Presa de la desesperación, Augusto exclama que también Miguel morirá y como él, todo el mundo porque según él, un día, Dios se cansará de sus personajes y decidirá acabar con su vida al igual que Miguel de Unamuno con la suya.
                   
                      2- Explica qué relación establece Unamuno entre la vida y una novela: ¿quién es el novelista de nuestras vidas, quiénes son los equivalentes a los personajes en la vida, somos libres los seres humanos, por qué, cuándo moriremos? 
A través de la conversación que tiene con su personaje, Unamuno nos hace un paralelismo entre una novela y la vida real. En su novela, puede hacer lo que quiera con sus personajes hasta el punto de matarlos cuando cree que ha llegado el momento pero en la vida real, según Unamuno, es Dios el encargado de acabar con nuestras vidas cuando dejamos de ser útiles como si de una novela se tratase. Por tanto, para él no somos del todo libres, ya que estamos condicionados por un escritor de novela que, en el caso de la vida real, es Dios.

       El pobre hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído 
miraría.Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
––¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que... es que... ––balbuceó.––Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.

––Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de lo 
que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no! ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y 
ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó 
consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo 
volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de misvoces––, que no 
puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, nitampoco muerto, porque no 
existes...
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto 
de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas 
venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o 
como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras 
que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que 
preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó 
los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las 
manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente 
todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que 
no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que
mi historia llegue al mundo...
––¡Eso más faltaba! ––exclamé algo molesto.
––No se exalte usted así, señor de Unamuno ––me replicó––, tenga calma. Usted ha 
manifestado dudas sobre mi existencia...
––Dudas no ––le interrumpí––; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción 
novelesca.
––Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la 
mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que 
don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?

––No puedo negarlo, pero mi sentido al decir eso era...
––Bueno, dejémonos de esos sentires y vamos a otra cosa. Cuando un hombredormido a inerte 
en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe, él comoconciencia que sueña, o su sueño?

––¿Y si sueña que existe él mismo, el soñador? ––le repliqué a mi vez.

––En ese caso, amigo don Miguel, le pregunto yo a mi vez, ¿de qué manera existe él, como 
soñador que se sueña, o como soñado por sí mismo? Y fíjese, además, en que al admitir esta 
discusión conmigo me reconoce ya existencia independiente de sí.

––¡No, eso no!, ¡eso no! ––le dije vivamente––. Yo necesito discutir, sin discusión no vivo y 
sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contradiga invento dentro 
de mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos.
––Y acaso los diálogos que usted forje no sean más que monólogos...
––Puede ser. Pero te digo y repito que tú no existes fuera de mí...
––Y yo vuelvo a insinuarle a usted la idea de que es usted el que no existe fuera de mí y de los 
demás personajes a quienes usted cree haber inventado. Seguro estoy de que serían de mi 
opinión don Avito Carrascal y el gran don Fulgencio...

––No mientes a ese...
––Bueno, basta, no le moteje usted. Y vamos a ver, ¿qué opina usted de misuicidio?

––Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no debes ni 
puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real gana de que te suicides, 
no te suicidarás. ¡Lo dicho!

––Eso de no me da la real gana, señor de Unamuno, es muy español, pero es muy feo. Y 
además, aun suponiendo su peregrina teoría de que yo no existo de veras y usted sí, de que yo 
no soy más que un ente de ficción, producto de la fantasía novelesca o nivolesca de usted, aun 
en ese caso yo no debo estar sometido a lo que llama usted su real gana, a su capricho. Hasta 
los llamados entes de ficción tienen su lógica interna...
––Sí, conozco esa cantata.

––En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer en absoluto lo que se les antoje de 
un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede hacer, en buena ley de arte, lo 
que ningún lector esperaría que hiciese...
––Un ser novelesco tal vez...

––¿Entonces?
––Pero un ser nivolesco...
––Dejemos esas bufonadas que me ofenden y me hieren en lo más vivo. Yo, sea por mí mismo, 
según creo, sea porque usted me lo ha dado, según supone usted, tengo mi carácter, mi modo 
de ser, mi lógica interior, y esta lógica me pide que me suicide...
––¡Eso te creerás tú, pero te equivocas!
––A ver, ¿por qué me equivoco?, ¿en qué me equivoco? Muéstreme usted en qué está mi 
equivocación. Como la ciencia más difícil que hay es la de conocerse uno a sí mismo, fácil es 
que esté yo equivocado y que no sea el suicidio la solución más lógica de mis desventuras, pero 
demuéstremelo usted. Porque si es difícil, amigo don Miguel, ese conocimiento propio de sí 
mismo, hay otro conocimiento que me parece no menos difícil que el...
––¿Cuál es? ––le pregunté.
Me miró con una enigmática y socarrona sonrisa y lentamente me dijo:
––Pues más difícil aún que el que uno se conozca a sí mismo es el que un novelista o un autor 
dramático conozca bien a los personajes que finge o cree fingir...
Empezaba yo a estar inquieto con estas salidas de Augusto, y a perder mipaciencia.
––E insisto ––añadió–– en que aun concedido que usted me haya dado el ser y un ser ficticio, 
no puede usted, así como así y porque sí, porque le dé la real gana, como dice, impedirme que 
me suicide.
––¡Bueno, basta!, ¡basta! ––exclamé dando un puñetazo en la camilla–– ¡cállate!, ¡no quiero 
oír más impertinencias...! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además no sé ya 
qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que no te suicides, sino matarte yo. ¡Vas a morir, 
pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
––¿Cómo? ––exclamó Augusto sobresaltado––, ¿que me va usted a dejar morir, a hacerme 
morir, a matarme?
––¡Sí, voy a hacer que mueras!
––¡Ah, eso nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! ––gritó.
––¡Ah! ––le dije mirándole con lástima y rabia––. ¿Conque estabas dispuesto a matarte y no 
quieres que yo te mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?
––Sí, no es lo mismo...
––En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un 
revólver y dispuesto a quitarse la vida, salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se 
defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la 
de otro renunció a su propósito.
––Se comprende ––observó Augusto––; la cosa era quitar a alguien la vida, matar un hombre, 
y ya que mató a otro, ¿a qué había de matarse? Los más de los suicidas son homicidas 
frustrados; se matan a sí mismos por falta de valor para matar a otros...
––¡Ah, ya, te entiendo, Augusto, te entiendo! Tú quieres decir que si tuvieses valor para matar 
Eugenia o a Mauricio o a los dos no pensarías en matarte a ti mismo, ¿eh?
––¡Mire usted, precisamente a esos... no!
––¿A quién, pues?
––¡A usted! ––y me miró a los ojos.
––¿Cómo? ––exclamé poniéndome en pie––, ¿cómo? Pero ¿se te ha pasado por la imaginación 
matarme?, ¿tú?, ¿y a mí?
––Siéntese y tenga calma. ¿O es que cree usted, amigo don Miguel, que sería elprimer caso en 
que un ente de ficción, como usted me llama, matara a aquel a quien creyó darle ser... ficticio?
––¡Esto ya es demasiado ––decía yo paseándome por mi despacho––, esto pasa de la raya! 
Esto no sucede más que...
––Más que en las nivolas ––concluyó él con sorna.
––¡Bueno, basta!, ¡basta!, ¡basta! ¡Esto no se puede tolerar! ¡Vienes aconsultarme, a mí, y tú 
empiezas por discutirme mi propia existencia, después el derecho que tengo a hacer de ti lo 
que me dé la real gana, sí, así como suena, lo que me dé la real gana, lo que me salga de...
––No sea usted tan español, don Miguel...––¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español, 
español de nacimiento, deeducación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y 
oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero 
creer es una España celestial y eterna y mi Dios un Dios español, el de Nuestro Señor 
Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue
verbo español...––Bien, ¿y qué? ––me interrumpió, volviéndome a la realidad.
––Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de 
una de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, 
extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto 
llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
––Pero ¡por Dios!... ––exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.
––No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
––Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...
––¿No pensabas matarte?
––¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta 
vida que Dios o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere matarme quiero yo 
vivir, vivir, vivir...
––¡Vaya una vida! ––exclamé.
––Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro 
Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir...
––No puede ser ya... no puede ser...
––Quiero vivir, vivir... y ser yo, yo, yo...
––Pero si tú no eres sino lo que yo quiera...
––¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! ––y le lloraba la voz.
––No puede ser... no puede ser...
––Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera...Mire que usted 
no será usted... que se morirá. Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
––¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
––¡No puede ser, pobre Augusto ––le dije cogiéndole una mano y levantándole––, no puede 
ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, 
cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la 
idea de matarme...
––Pero si yo, don Miguel...
––No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por 
matarme tú.
––Pero ¿no quedamos en que...?
––No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo 
volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...
––Pero... por Dios...
––No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
––¿Con que no, eh? ––me dijo––, ¿con que no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la 
niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo 
quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, 
¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de 
soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán 
todos los que lean mi historia, todos,todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo 
mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como 
vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no 
es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que 
Augusto Pérez, que su víctima...
––¿Víctima? ––exclamé. ––¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se 
morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, 
y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!

            4.4.2- San Manuel Bueno Mártir:


          - Explica brevemente el argumento
          - ¿Cuál es el conflicto interior de Don Manuel?
          -  Explica qué  relación existe entre este conflicto personal  con el sentimiento trágico de la vida de Unamuno.

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